Los Cartujos forman una Orden milenaria, fundada por San Bruno. Hoy en día, se compone de cerca de 450 monjes y monjas que llevan una vida solitaria en el corazón de la Iglesia, e incluye 24 casas distribuidas en tres continentes, viviendo la misma vocación contemplativa.
Como todos los monjes, los cartujos consagran su vida entera a la oración, para trabajar por su salvación y por la de toda la Iglesia. Esta orden contemplativa se apoya de manera particular sobre tres elementos: la soledad, cierta combinación de vida solitaria y de vida comunitaria y la liturgia cartujana.
La soledad implica la separación del mundo. Asegurada por la clausura, esta soledad se concreta, entre otros modos, en:
- Una salida a la semana, para el paseo
- Carencia de visitas
- Sin apostolado exterior
- No hay radio ni televisión
Así, Padres y Hermanos viven una vida de oración y de trabajos solitarios, los primeros en la celda y los segundos en las obediencias. Los Oficios y el trabajo se suceden según un ritmo inmutable, al paso del año litúrgico y de las estaciones.
Los cartujos no son completamente ermitaños. Las dos dimensiones (activa y contemplativa) presentes en su vida solitaria también se expresan de manera comunitaria, en especial con la misa conventual, el largo oficio nocturno, la recreación y el espaciamiento.
Si bien los cartujos están apartados del mundo, no viven sólo del espíritu. También ellos se ven en la necesidad de responder a los reclamos de la humana naturaleza, aunque con austeridad. Los Hermanos se encargan de una gran parte de estas tareas. A los Padres les está reservada una parte de ellas tanto por ayudar a cubrir las necesidades materiales como para fomentar un buen equilibrio corporal.
Las rentas de la Orden están en buena parte aseguradas por la comercialización del licor, pero también por los productos de artesanía provenientes de algunas de las casas.