Hoy es Martes Santo. Hoy el sol morirá antes de tiempo. Un eclipse mortal querrá ennegrecer la luz del día invadiendo su reluciente fulgor con hiriente oscuridad.
Mientras la penumbra luche inexorablemente por hacerse dueña de los muros capuchinos, el retumbar constante, ronco y profundo de eternas campanas que redoblan a muerte hiriendo el aire que nos cubre tañendo parsimoniosamente, será el eco avisador de lo que pronto habrá de ocurrir.
Se abrirán unas puertas de par en par adueñadas por tinieblas ansiosas de recoger, de hacer suyo en el oscuro interior, la silente luz externa que ilumine la soledad de quienes revestidos del hábito nazareno, compaña en el transitar del día de hoy, y fiel compañero del último viaje que habrá de llevarnos por nuestra postrera carrera oficial, por nuestro definitivo cortejo, a las plantas del Padre, estarán cubiertos con la sobriedad terrenal del ruán morado.
Entre ascuas de tinieblas se ansiará lograr la perfección nazarena. Los gritos del silencio resonarán como estruendos invisibles, como tormentas de existencia en los corazones que ansiosos por acompañar al Cristo, les encaminarán con paso firme a cumplir con nuestra forma de ser, con nuestra tradición, con nuestra forma de entender la vida, con nuestra forma de creer. Nos pondrá en el camino que es Verdad y Vida.
Cual velo del Templo que se rasgara, cualquier insignificante haz de luz entre aquel eclipse solar de muerte, será el fulgor esperanzador y guía como faro en la noche para el ejemplar cortejo de nazarenos, que cual éxodo judío que en busca de la tierra prometida, ansía alcanzar el maná al que todos los creyentes aspiramos.
Perfección nazarena entre tinieblas. Ejemplaridad en el caminar. Pulcritud franciscana en el transcurrir por nuestras vidas cofrades, a veces tan imperfectas, a veces capaces de regalarnos la mayor de las bellezas. Caballeros andantes cumplidores de eternas devociones heredadas y de promesas aún por ser concedidas o de eternos agradecimientos por su concesión, sanadoras de la salud y custodios de una vida mejor.
Todo estará revestido de una pureza inimaginable, inspiradora de lo más puro de nuestros cincos sentidos.
Oscuridad que cegará los ojos del penitente; gusto por la herencia recibida de nuestros ancestros, sabedores de transmitir generación tras generación la fe de sus mayores; olor del purificador incienso nazareno, eterna compaña de Cristo desde el pesebre natal; ronco sonar del llamador de un paso que se abrirá a la vida y que romperá la vigila del suelo sacro. Todo ello exaltación de los sentidos, auge del sentimiento humano que nos llevará a tocar con las puntas de los dedos la mismísima gloria del Padre.
Y todo porque el sol del Martes Santo muere antes de tiempo. Sol de Vida y Esperanza.
Sol de Expectación de la Virgen. Sol en Cruz defendido, Defensión.
O, de belleza sin igual bajo palio cobijada. O, al encuentro de la Luz. O, de vida ante la muerte. O, fuente de consuelo y esperanza ante el eclipse mortal de la Luz traspasada por cuatro clavos.
José Blas Moreno González