En el bello y solemne templo cartujano, el monje se entrega durante largo tiempo al canto de las Horas Mayores. Allí eleva a Dios las más perfectas alabanzas que el hombre puede dirigirle y, envuelto en la fragancia del incienso que impregna los delicados relieves de los sitiales y la suave melodía de los cantos gregorianos, el monje siente cómo se incrementan sus ansias de espiritualidad y purificación.
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